La ausencia de competiciones de montaña debido a la pandemia, y porque no decirlo, por la mala gestión de la misma por parte de las autoridades que las tildan de peligrosas, nos obligó a buscar nuevas motivaciones basadas en retos personales. Hace unos días, chafardeando las redes (si, lo sé, no sería la mejor manera de gastar el tiempo libre), leí un artículo que hablaba sobre los últimos retos del mundo del trailrunning, en concreto sobre el canario reto 040 de Pau Capell, gran corredor que no necesita mayor presentación.
En el artículo, y que me perdone el autor del mismo por no acordarme de su nombre, había un comentario que debatía sobre el impacto comercial que éste había significado para las marcas y el territorio. El comentario en cuestión acababa diciendo algo así como “no se deberían aprovechar las actividades no saludables para promocionar el territorio”. Un respetable y educado comentario, nada salido de tono, que me asombró y me hizo reflexionar. Si partimos de la lógica base que el deporte, sea cual fuere el practicado, mejora la salud física y emocional del practicante, ¿dónde se encuentra la frontera que separa el deporte en bueno o malo?
Saltarse los tempos naturales es sinónimo de fecha de caducidad y frustración, de lesiones, y lo peor, de posibles accidentes
Esta intangible frontera la descubrimos en nosotros mismos, aunque algunos cierren los ojos a su realidad. De refilón y con matices, terminé aceptando que el susodicho comentario tiene parte de razón. Los engañosos mensajes de superación personal que invaden nuestras vidas en los últimos años, hacen mucho daño a quién los absorbe sin filtro alguno. “Nada es imposible”, “el límite te lo pones tu” y muchos otros parecidos, empujan al corredor novel o con poca experiencia a soñar en grande. En ocasiones estimula a querer llevarlo a la práctica de manera inminente.
Quererse saltar los tempos naturales es sinónimo de fecha de caducidad y frustración, de lesiones. Y lo peor, de posibles accidentes en el monte por falta de conocimientos mientras baila al son del “impossible is nothing”. Quien se mueve por montaña, sobre todo por alta montaña, sin conocimientos del medio en el que se encuentra, está poniendo en riesgo su integridad, su salud física y mental, y es que las prisas (y los vendedores de humo) nunca fueron buenas consejeras.
Quien se mueve sobre todo por alta montaña, sin conocimientos del medio en el que se encuentra, está poniendo en riesgo su integridad
Precisamente un deportista profesional lo es porque tiene unas cualidades físicas y técnicas, y también unos controles médicos y nutricionales, muy por encima del resto de los mortales. Este seguimiento le permite asumir las competiciones con un mínimo riesgo para su salud. Hablamos de mínimo porque riesgo cero no existe en ningún parámetro de la vida. El metabolismo de un deportista profesional le permite una recuperación post esfuerzo más rápida, por lo que puede enlazar entrenamientos y competiciones asiduamente sin mayor contratiempo.
Pero la mayoría de nosotros no somos profesionales, y no lo somos por una suma de factores, entre los que no se encuentra la suerte. Siendo esto así, posiblemente un profesional, por muy bárbaros que nos parezcan sus retos, corra menores riesgos que un aficionado, porque es lo que somos la gran mayoría, que intente emularlos.
¿Qué habría de malo en promocionar el territorio con un producto de dinamización turístico deportiva, y utilizar para ese fin a un deportista profesional?
Como ya somos, o deberíamos ser, mayorcitos y mayorcitas para saber cuidarnos y filtrar el exceso de estímulos. ¿Qué habría de malo en promocionar el territorio con un producto de dinamización turístico deportiva, y utilizar para ese fin a un deportista profesional?. Nos gusta que nuestro deporte avance, que cada día tengamos mejor material, mejores carreras, más protagonismo en los medios, pero al mismo tiempo nos jode (perdón por ser tan claro) que alguien se gane la vida con lo que para nosotros es una afición. La envidia es muy mala, y así nos costará mucho seguir avanzando como deporte.
En ningún caso los responsables de las campañas que utilizan el deporte como promoción serán responsables de los actos de terceros. Vivimos en una sociedad demasiado habituada a buscar culpables en terceros antes de mirarnos el ombligo.
No se deberían poner trabas a todo lo que sea promocionar el deporte, y mucho menos el hecho de realizar dicha promoción utilizando la imagen de un corredor profesional. Y es que de por si es muy arriesgado apostar por ser profesional en un deporte como el trailrunning. Posiblemente Pau Capell, y otros como él, se han sentido decir mil veces eso de “estás loco…”, pero amigos míos, pongo la mano en el fuego a que es un loco feliz. Toda mi admiración por su apuesta y a todos y todas las que, como él, ligan su futuro profesional a la evolución del trailrunning.
Todos no somos Pau. El primer paso para divertirnos corriendo es aceptar nuestra realidad.
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