El atleta francés Côme Girardot, de tan solo 22 años, ha roto todos los esquemas en el mundo del death diving, dødsing o clavado mortal al establecer un nuevo récord en salto freestyle. Desde una altura de 44,3 metros, Girardot se lanzó en la emblemática cascada de La Cimbarra, en Jaén, alcanzando una velocidad vertiginosa de 106 km/h en una caída que duró apenas tres segundos. Este hito no solo supera sus propios registros previos, sino que también lo consagra como una de las figuras más destacadas en esta disciplina extrema. La Cascada de La Cimbarra, alimentada por las aguas del río Guarrizas, se encuentra en un entorno natural a solo 2 km de Aldeaquemada y a 11 km del Parque Natural de Despeñaperros, en el norte de la provincia de Jaén. Ubicada en los límites orientales de Sierra Morena, esta impresionante caída de agua forma parte de un paisaje de gran belleza y valor ecológico.
Un Salto Planificado y Perfeccionado
El Death Diving o dødsing es una disciplina originaria de Noruega que combina el riesgo con la precisión técnica. A diferencia del clavado de altura tradicional, donde las acrobacias se asemejan a los movimientos gimnásticos, en el dods diving las maniobras son más cercanas a las que se realizan en el snowboard o el skateboard, con un enfoque en la postura y la técnica antes del impacto. Los atletas extienden brazos y piernas en el aire, permaneciendo en una posición plana para luego replegar el cuerpo justo antes de impactar el agua, minimizando así el riesgo de lesión. Quiza para resumirlo podria considerarse el freestyle del salto. La competiciones regladas suelen hacerse desde plataformas situadas entre los diez y doce metros.
Preparación extrema y control mental
No se trata de un acto impulsivo o de locura, sino de un deporte que requiere años de entrenamiento físico y mental. Girardot, quien ya había establecido marcas en 2023 con saltos de 34,25 y 40,5 metros, amplió su hazaña en cuatro metros más. Esta progresión es el resultado de un entrenamiento meticuloso y de la búsqueda constante de superar los límites, todo dentro de un entorno controlado.
Al finalizar el salto mortal, Girardot destacó que «lo más difícil siempre es superar la barrera mental al principio. Durante el salto, el tiempo en el aire fue mucho más largo de lo que esperaba y ¡experimenté la mayor subida de adrenalina de mi vida!”.
Supervisión y seguridad
El salto de Girardot fue supervisado por una docena de compañeros de competición del Dods Diving World Tour, que colaboraron en la preparación y ejecución del salto. “Somos un gran grupo de amigos”, explicaron el noruego Ken Stornes y el suizo Lucien Charlon, que estuvieron de servicio como socorristas. Stornes había establecido el récord mundial en 40,5 metros en diciembre de 2023, y Charlon lo mejoró a 41,7 metros en agosto. La supervisión garantizó que, a pesar del riesgo inherente a este deporte, cada ejecución esté controlada y se minimicen las probabilidades de accidente. Es importante recalcar que el death diving no es un deporte para aficionados o personas que busquen emociones sin preparación. Los saltadores profesionales como Girardot dedican incontables horas a entrenar la técnica correcta para impactar el agua de manera segura, evitando así las graves consecuencias que podrían derivarse de una mala ejecución.
Origen y evolución del Death Diving
Según la leyenda popular, el Death Diving, conocido en Noruega como Dødsing, se originó en la vibrante Oslo de los años 60. Los jóvenes buscaban impresionar a las chicas colándose en la mítica piscina de Frognerbadet, donde se lanzaban desde las plataformas con el pecho expuesto hacia el agua, intentando mantener esa postura plana y desafiante el mayor tiempo posible, como si fueran a caer de plancha. En el último momento, justo antes de tocar el agua, plegaban sus cuerpos para amortiguar el impacto y evitar lesiones. Lo que inicialmente fue un acto temerario se transformó poco a poco en una práctica depurada que combinaba riesgo y destreza.
El nacimiento del Dødsing como Disciplina
Tras estos inicios audaces, el Death Diving se formalizó en 1969 cuando Erling Bruno Hovden, un pionero en la escena noruega, decidió llevar esta práctica a un nivel más técnico y profesional. Hovden creó un estilo de salto que se distinguía por su ejecución precisa y un riesgo controlado. A diferencia de los clavados tradicionales, en los que el objetivo es entrar al agua con la menor resistencia posible, el Dødsing desafía las convenciones: los saltadores se lanzan con brazos y piernas extendidos, manteniéndose en una posición plana durante la caída y, justo antes del impacto, recogen su cuerpo para impactar el agua simultáneamente con manos y pies. Este enfoque único no solo exige una gran destreza física, sino también un control mental absoluto para mantener la calma en alturas extremas y dominar la técnica necesaria para minimizar el impacto y el riesgo.
Con el paso del tiempo, lo que comenzó como una actividad recreativa se transformó en una disciplina que requiere años de práctica y entrenamiento meticuloso. Los saltadores comenzaron a incorporar maniobras y figuras en el aire, inspirándose en los movimientos del snowboard o el skateboard, dando lugar a una especialidad que combina habilidad, valentía y un alto nivel de preparación física y mental.