Por Jan Farrell, ex-esquiador de velocidad. CEO y Fundador de Liberalia
¿Qué siento esquiando a 231,660 km/h? ¡Miedo! Es una emoción inevitable. Sin embargo, por sus connotaciones negativas, tendemos instintivamente a evitarla. Entonces, me preguntan: ¿competir en el deporte no motorizado más rápido del planeta es de locos? Bueno, un “loco” podría carecer de aversión al riesgo, lo cual probablemente le impediría calcularlo bien, y no creo que se le diera muy bien: hay que tener todo controlado cuando estiras tu rendimiento al límite. Al margen del miedo, mi deporte también tiene muchas virtudes: emociones positivas, preparación física y mental, mejora de la resiliencia, gestión del riesgo… pero hoy, no vengo a hablar de ellas.
Hace cinco años decidí retirarme del esquí de velocidad (también conocido como kilómetro lanzado) profesional. Durante este tiempo, aunque alejado de las pistas, el alto rendimiento y la velocidad han seguido formando parte de mi vida, adoptando nuevas formas y retos, tanto personales como empresariales. Algunos de ellos con su propia dosis de adrenalina y vértigo. Pero este año decidí volver. Y elegí regresar justo al lugar donde, en 2016, experimenté una caída que transformó mi manera de entender este deporte: la emblemática pista de Vars, en Francia.

En mi regreso al Campeonato del Mundo FIS de 2025 logré alcanzar una velocidad de 202,031 km/h, finalizando en la posición 27. No alcancé la final, pero eso era irrelevante. Mi verdadero triunfo fue interno: una victoria personal sobre mis propios temores y límites autoimpuestos. Superar la barrera de los 200 km/h por primera vez desde 2019 fue el mayor logro.
Porque sí, siento miedo. Siempre lo he sentido. Es parte de nuestro deporte. Tras una cirugía de rodilla exitosa el año pasado con el doctor Manuel Leyes, una larga rehabilitación con el equipo de la Clínica Olympia y años alejado de la competición, comprendí que la meta no es eliminar el miedo, sino aceptarlo como compañero de viaje. El miedo, si se gestiona correctamente, puede convertirse en una valiosa herramienta de enfoque y precisión. Reconocerlo nos mantiene atentos, nos permite reaccionar mejor y tomar decisiones más acertadas.
Durante estos años he tenido la fortuna de trabajar con el psicólogo deportivo Ricardo de la Vega. Con él hicimos múltiples estudios para entender cómo reacciono en situaciones de estrés extremo, y aprendí que intentar ignorar o rechazar el miedo solo lo fortalece. Por el contrario, anticiparlo, observarlo y convivir con él me ha proporcionado claridad y calma en momentos críticos.
Tomé la decisión de volver desde la comodidad de mi oficina en Alcobendas: regresar a la competición parecía una buena idea. Después, recordé ese momento con nitidez al situarme en la línea de salida en Vars. Pero al superar los 180 km/h, el miedo volvió. Sabía que lo haría. Y justo en ese instante me di cuenta de que estaba listo. La presencia del miedo no me bloqueó; me activó. Me permitió estar plenamente consciente, sintiendo y reaccionando en tiempo real como nunca antes lo había hecho.

Además del desafío mental, este retorno también supuso un importante reto técnico. La velocidad demanda precisión absoluta.
Este regreso me ha dejado una valiosa lección aplicable mucho más allá del deporte: el miedo no se vence huyendo de él, sino conviviendo conscientemente a su lado. Esquiar a estas velocidades no exige ser intrépido, exige ser consciente. Valiente no es quien ignora sus temores, sino quien se atreve a enfrentarlos, aceptarlos y avanzar junto a ellos.
Volver a Vars ha significado mucho más que una competición. Ha sido una reconciliación profunda con mi pasado, con la velocidad y, sobre todo, conmigo mismo. Ahora afronto mi día a día de entrenamiento, nutrición y descanso de otra manera: con los ojos puestos en esa carrera (¡o dos!) en la que participaré en 2026. Tendré ya 42 años, por lo que el esfuerzo y el tiempo de preparación serán mayores, pero debo llegar en óptimas condiciones: este deporte no se debe practicar sin estar preparado al 100 %. También vamos a rediseñar el equipamiento para mejorar la aerodinámica y, por supuesto, a seguir trabajando en la gestión del miedo.
Y ahora, camino hacia 2026, lo haré como siempre: con respeto por la velocidad… y acompañado por el miedo.