Las montañas no son el problema, éste radica en quien y como accede a ellas.
Hace poco más de un año, durante el verano 2019, y con la esperanza de remover ligeramente algunas conciencias, escribía un artículo (la montaña no es un parque de atracciones) para intentar poner en alerta ante la creciente afición a lanzarse al monte sin un mínimo de conocimientos. Un año después, la sensación no puede ser más desalentadora. En las últimas semanas, y casi a diario, leemos noticias de rescates en montaña, muchos de estos casos por pequeños golpes, cansancio o desorientación. Percances menores de los cuales deberíamos saber salir por nuestro propio pie, sin poner en riesgo ni en alerta a los grupos de rescate. Vaya, incidentes consecuencia de una mala (o nula) planificación de la salida, y sobre todo por no disponer de unos mínimos conocimientos de montaña. Un sector de neófitos de la naturaleza (no todo el mundo, por suerte), le ha perdido, o directamente nunca lo ha tenido por desconocimiento, el respeto al medio natural. No olvidemos, que la montaña puede convertirse en un espacio muy inhóspito. Algo falla en la sociedad cuando la ignorancia es más común que el sentido.
A nadie se le escapa que, en la última década, los deportes outdoor y en concreto el correr por la montaña y el pirineísmo (cualquier actividad realizada en dicha cordillera) tuvieron un aumento de practicantes descomunal. Me atrevería a decir, desorbitado, y esto es, mayormente, positivo, pero también tiene asociados algunos problemas, como las aglomeraciones, en algunas zonas, durante los meses de verano. Subir montañas, en verano o invierno, intentar hacerlo de manera ligera o rápida, realizar ascensiones por senderos cómodos, buscar rutas alternativas, crestas o arestas…y podría continuar, no es nada nuevo. Somos un país de montañas, concretamente el segundo europeo más montañoso, y somos un país de tradición montañera con cientos de entidades excursionistas.
En la última década, los deportes outdoor y en concreto el correr por la montaña y el pirineísmo tuvieron un aumento de practicantes desorbitado
Las montañas no son el problema, éste radica en quien y como accede a ellas. Y entre todos debemos ponerle solución antes que sea irremediable y tengamos que vestirnos de luto. En las últimas semanas abundaron las imágenes en las redes con cumbres emblemáticas, literalmente, en overbooking. Lo hemos vivido en el Pirineo, en los Picos de Europa, o en determinados puntos del Macizo Central, sin entrar a valorar lo que pasa en los Alpes. Cierto, la masificación se concentra únicamente en los meses de verano, y en cumbres o lugares emblemáticos, por una u otra razón. Eso no quita que se deba regular. ¿Cómo? Este es un buen debate para ser tratado en frio, con serenidad, y escuchando a todos los agentes implicados.
Socialmente sabemos por experiencia que una drástica prohibición nunca será bien recibida, ni respetada. Como tampoco debería ser una opción la autorización de acceso previo paso por taquilla, es decir, de pago, realizando una criba no siempre ajustada a la realidad del entorno y los deportes al aire libre. La naturaleza de las culturas mediterráneas tiende a ir en contra de las ordenanzas “por decreto ley” y es contraproducente para todos. Prohibir el acceso a la montaña no únicamente limita transitar por los senderos, también afecta a los pueblos que siguen vivos gracias al turismo deportivo, y evidentemente también afecta a toda la cultura montañera y aquellos que son respetuosos con el medio natural, pagando justos por pecadores.
La solución no es prohibir el acceso a la montaña, que también afecta a los pueblos que siguen vivos gracias al turismo deportivo y al senderismo
Restricción de acceso es una opción que adoptaron, desde hace algunos, diversosos lugares de peregrinaje estival. Grandes zonas de aparcamiento habilitadas, senderos bien balizados, autobuses o taxis lanzadera, u otras opciones, son válidas para acercar y al mismo tiempo controlar las aglomeraciones, y el posible deterioro que ello comporta, en nuestras queridas cumbres. Y evidentemente, cualquiera que sea el método utilizado por los órganos competentes, debe ser totalmente respetuoso con el medio, con el mínimo impacto natural o visual, dado que la gestión de estos espacios también es una manera de inculcar la cultura, la estima y respeto hacia el medio natural.
Por todo ello, y sólo es una opinión personal, la mejor posición siempre será la educación de base. Enseñar y transmitir, entre todos los que se sientan implicados, a los nuevos descubridores de la alta montaña que le deben guardar siempre respeto. Deben tener un mínimo de conocimientos y no pasa nada por darse la vuelta. La diosa montaña siempre estará allá, y no confundir jamás respeto con miedo. Nadie nace enseñado, repito, nadie, y por ello nos debemos dejar aconsejar y enseñar, ya sea por los montañeros o corredores con más experiencia que nosotros, sea por los cursos o salidas organizadas por los centros excursionistas, o directamente contratando los servicios de un guía profesional que se ha formado para ello. No únicamente nos acompañará conociendo el camino correcto, también nos formará transmitiéndonos sus conocimientos sobre material, sobre la preparación de la ruta y sobre el medio que nos rodea.
Ese absurdo sentimiento de sentirse superiores por la veteranía o experiencia, olvidarnos de la tan repetida frase “antes esto no pasaba” y adaptarnos a la realidad actual
Y todos los que llevamos años en el monte, que lo amamos y respetamos, que nos gusta disfrutarlo al igual que nos gustan sus gentes y sus pueblos, deberíamos dejar el ego personal en casa. Ese absurdo sentimiento de sentirse superiores por la veteranía o experiencia, olvidarnos de la tan repetida frase “antes esto no pasaba” y adaptarnos a la realidad actual. Cambiando la mala cara o el menosprecio por un saludo, una explicación o una pequeña ayuda cuando alguien, sin tanta experiencia, lo necesita. Si pedimos, o más bien exigimos, respeto para y por nuestros bosques y nuestras cumbres, también debemos responder con la misma moneda. Porque esto, señores y señoras, también forma parte de la cultura montañera.
Aún estamos a tiempo de solucionar el problema en nuestras montañas, una problemática que va más allá de las puntuales aglomeraciones de la estación estival, y lo podemos hacer si todos nos miramos en ombligo de vez en cuando. Y seguro que siempre, sin excepción y por mucha experiencia que tengamos a nuestras espaldas, aprenderemos algo nuevo. Reflexionemos juntos por el bien de nuestras montañas y nuestro deporte. El aquí aprendiz de escribiente no tiene la intención de aleccionar a nadie, únicamente expresar un punto de vista, que puede ser compartido o no, como senderista amante de la montaña y desde la experiencia de haber sido corredor internacional, seleccionador, preparador físico, voluntario y organizador de actividades en la naturaleza.
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