La noticia tuvo final feliz, pero podría haber sido otra. Diecisiete personas -catorce menores y tres monitores de entre 19 y 21 años- fueron rescatadas esta semana por la Guardia Civil a 3.000 metros de altitud, en la cara sur del Cerro de los Machos en Sierra Nevada (Granada), tras quedar atrapadas por el cansancio y las inclemencias del tiempo. El rescate se resolvió en tiempo récord, gracias a la destreza de los agentes del GREIM y a la pericia extrema de los pilotos que, con viento fuerte y visibilidad escasa, sacaron al grupo antes de que anocheciera. Una actuación impecable que evitó lo que, en otras circunstancias, podría haber terminado en tragedia.
¿Quién asume la responsabilidad?
Ahora bien: ¿quién asumirá la responsabilidad de que un grupo tan numeroso y joven, en condiciones aparentemente bien equipado, estuviera dirigido por tres monitores sin titulación específica ni experiencia en alta montaña?
Porque esa es la cuestión de fondo. No se trata solo de si sabían o no lo que hacían. Se trata de si eran conscientes de las consecuencias de lo que estaban haciendo. La montaña no es un parque de aventuras. A esas altitudes, y especialmente en primavera, cuando los contrastes meteorológicos son más imprevisibles que nunca, no basta con buena voluntad, ilusión o saber leer un mapa o el GPS. Hay que tener criterio, formación específica, experiencia acumulada y, sobre todo, la madurez suficiente para saber cuándo dar un paso atrás.
No ha trascendido si estos monitores eran locales -lo que, de ser así, resultaría aún más preocupante- o si simplemente acompañaban al grupo en nombre de alguna empresa de turismo activo. En cualquier caso, el suceso invita a reflexionar: ¿nos estamos tomando en serio la seguridad en actividades de montaña con menores? ¿Qué requisitos reales se exigen a los responsables de este tipo de salidas?
La profesionalización no puede ser opcional
El problema no es puntual ni aislado. Cada año se repiten escenas similares en distintas montañas del país y en otras actividades al aire libre. Y aunque contamos con cuerpos de rescate altamente preparados, no podemos normalizar su intervención y el 112 como si fueran parte rutinaria de una excursión. Su actuación es un recurso extraordinario, no un comodín para suplir errores humanos.
La creciente popularización del montañismo/senderismo ha traído consigo una democratización saludable del acceso a la naturaleza. Pero esa apertura debe ir acompañada de una mayor exigencia en la formación de quienes lideran grupos, especialmente cuando se trata de menores. No se puede confiar la seguridad de adolescentes a la improvisación o a la temeridad disfrazada de entusiasmo.
Resulta paradójico que, en un entorno tan hostil como la alta montaña, lo más peligroso no sea el terreno ni el clima, sino la ligereza con la que a veces se toman las decisiones previas. El análisis de riesgos debería ser parte integral de cualquier salida, no un apéndice que se consulta en caso de emergencia.
Este rescate es un aviso. Otro más. Y no deberíamos esperar al siguiente para empezar a hacer las cosas bien.